viernes, agosto 08, 2008

Liza escribe: Una vida en gris

Las paredes llenas de recuerdos en fotografías, estantes colmados de trofeos de vida, la luz tenue y una cama llena de él, de quien atestigua cada rincón. Sus ojos entrecerrados como esperando el zarpazo que termine con el dolor que lo carcome lentamente. Seis meses de una enfermedad terminal no logran finiquitar la vida de éste, que lleva a cuestas una vida de excesos, redundancias y contradicciones, y llena la cama de un cuerpo casi inerte y lleno de llagas. La sombra de la esquina atormentaba al joven, pues de ella era dueña quien ocupaba la antigua mecedora; cubierta ella con un manto oscuro y sosteniendo de nada más con huesos maltratados la afilada y oxidad hoz. Era la muerte quien esperaba pacientemente a que el dolor y el sufrimiento se llevaran la escasa vida que quedaba, para así entrar a la escena. Mientras tanto afilaba su hoz con la punta de la lengua, sacando chispas de las que brotaban tinieblas. En la otra esquina de la pequeña habitación, una luz emanó, descubriéndose tras de ella pedazo por pedazo a un personaje de manta blanca, impecable y brillante, pegado a grandes alas. Su rostro angelical, rodeada de mechones dorados se enfrentó con el manto negro que dibujaba una calavera tenebrosa. Los ojos del joven se cerraban conformes, y una batalla comenzaba sin que él tuviera consciencia. Un bastón dorado y la hoz hacían fuerzas cuidando cada uno a su dueño. La muerte con un ritmo lento y feroz bailaba y reía mientras atacaba, la vida de forma delicada se deslizaba esquivando y aguantando el momento preciso. La muerte en un salto poderoso da una estocada que arranca más de la mitad de un ala, y el joven siente la estocada con sudor frío y se retuerce mientras de él sale un vómito oscuro; la vida se defiende como levitando y con un rayo de luz ahoga a la muerte que cae al suelo y siente el bastón atravesar su huesuda existencia. Un poco aliviado, el joven, se sienta en su cama sin entender la lucha que se desata y bajo la mirada de la vida vuelve a caer en cama cuando, aprovechando la distracción, la muerte se arrastra y corta un pierna de la vida con su afilada hoz. La vida ya acongojada saca su espada de fuego y sin pensarlo, corta en dos la muerte por la cintura, despertándose el joven acelerado, agotado. Angelicalmente el ser blanco, siente la tranquilidad y el fluir de vida y acaricia al muchacho, con sus manos llenas de victoria el joven sonriente respira. Un beso cerraría el episodio, de no ser por la cara de pavor que atestigua de la muerte repitiendo "me niego a ver su victoria a causa de mi derrota, no me han vencido, no lo harán" y el brillo de la hoz hace que pequeñas estrellas reemplacen el cuerpo de la vida. Tras el negro manto se dibuja una sonrisa que termina en una cama fría, llena de un cuerpo helado y sin vida de un prisionero de guerra.
Si tus ojos ven como los míos...