viernes, noviembre 24, 2006

Ángela escribe: Recomendaciones para los finales

Algunas pautas para no hacerse mas torturadora la época preferida por grandes y chicos:
  • Aséese, no importan las circunstancias.
  • Esa llamada que usted piensa se puede aplazar: debe hacerse
  • Siempre piense que la situación podría ser peor.
  • Conozca cada movimiento de Murphy... a los enemigos hay que tenerlos muy muy cerca.
  • Sea conciente que esa incomodidad con usted mismo, esa no autoaceptación, se llama "ganas de joder" y nadie está dispuesto a hacerse el comprensivo para que usted se sienta mejor.
  • Por último: conserve la calma si de repente alguien a quien usted guarda un profundo respeto, jura por el aire que respira que "strawberry fields forever" es una composición de los Fabulosos Cadillacs. De no controlarse tenga por seguro que habrá arrepentimiento inmediato.

jueves, noviembre 16, 2006

Liza escribe: la puerta... aunque no gane en concursos de ingenieros

Las flores aún en la mano, marchitándose en un tiempo record, tísicas, famélicas y desilusionadas por no haber logrado el efecto que deseaban; estaba el pobre de siempre medio muerto en la mitad de la calle siempre desolada, y en un lago de vómitos verdes con fucsia, con la mirada triste y fija en la puerta café que tal vez nunca iba a poder atravesar, y menos podía aspirar a que le fuera abierta. Lo había intentado todo, rasguñar, patear, lijar, morder y hasta tocar el portón detrás del cuál se encontraría su adorada; la de siempre, la que nunca le miraba. Ilusionado en el poder del amor capaz de todo, tomó una limpia muestra en una bolsa ziploc nueva, con una espátula previamente esterilizada y aún sin soltar las flores de su mano llevando todo al laboratorio secreto, cuya ubicación se revelará manteniendo en silencio las indicaciones para llegar a su casa por la Av Cali con Torturadores del Expresidente. Después de saludar a su madre de mala gana, caminó de espaldas y prevenido por los pasillos y las escaleras hasta encontrar la puerta de su cuarto. Saltó dos veces, propiciando un gran estruendo por toda la casa y con éstos encendiendo las luces de su lamentable aposento, mientras las cortinas romanas se cerraban cayendo con más gravedad de la acostumbrada. Se paró de manos, dio cinco volteretas que se le complicaban con la pesada ropa que llevaba y con las monedas que caían de su bolsillo (y esquivaba hábilmente). Sacó la lengua y lamió 30cm de la pared marcados previamente con una cinta roja llena de líneas de un circuito que terminaban junto con la lengua. Mientras la pared lamida se transformaba asombrosamente en una pantalla de colores extraños que se hacían cada vez más transparentes, nuestro protagonista se ponía de pie y bailaba una polka que parecía sonar desde el centro de la tierra - pero obviamente dirigido sola y únicamente a ese cuarto en el mundo-. Todo esto, obviamente mientras se ponía los pantalones tricolor de la suerte.

Minutos después del extraño pero puntual rito, se sentó once minutos, con once segundos en aquella silla que rechinaba, la del computador. Del centro de la pared medio transparente, aparecía una mosca que se transformaba poco a poco en un champiñón, de un champiñón que se transformaba poco a poco en un koala, un pingüino, un oso hormiguero y por último en un humano con nariz prominente. Rápido, tierno, con corbatín y que aspiraba con una de sus mangas. Ciento cuatro milisegundos después, una llave cayó del techo, dejándole una marca entre verde y café como de humedad. El hombre del corbatín metía su mano en el retrete sucio y de agua extrañamente anaranjada, hasta encontrar una pequeña ranura por la cuál deslizar la llave que había caído de la nada. Nuestro personaje se levanta con algo de parsimonia, mientras el excusado se convierte en un tobogán de agua deshidratada por el que éste se desliza tranquila y pacientemente con un vaso de jugo de lulo que tenía del día anterior en una mano, y en la otra la bolsa con la muestra y las flores.

Después de un recorrer el camino a velocidad prudente para no ser multado, el caballero de la armadura de cuero palpaba la forma de quitarse el casco que le oprimía las ideas; el casco plateado que aplastaba el pelo dorado, de las pestañas de burro triste y el protector que esconde la reluciente sonrisa blanqueada por rayos rojos y azules. Había esquivado de forma monótona los acuáticos transportes salados y dulces de la náutica sociedad mojada para llegar a suelo firme. Llegaría a la ciudad antigua de recuerdos de abuelos y quedados, caminaría como cualquier hombre falto de actualidad – hablando de tres o cuatro años – hasta llegar a la casa de puerta café, donde ni siquiera tendría que tocar para que se le abriera y se le llenara de atenciones pegajosas y faltas del hermoso individualismo que le llenaba sus venas egoístas de aires venenosos y dulces como las noches de simulación estelar, de la antigua, de la más parecida con la realidad.

En el agua se veía reflejado, aquel interesante y vibrante ser lleno de adrenalina incapaz de gastar en el resto de sus años de vida, incapaz de que le alcance un solo día para vivir como quiere, para hacer todo lo que no le ha sido capaz de entregar la copia del mundo mejorada versión 3.465. Tal vez la 3.5 le satisficiera, si hubiera más tiempo y menos que hacer, si le programaran de una forma diferente, ¿si le programaban o era un autoprograma?...

En la pantalla gigante aparecían símbolos de un idioma extraño que solo él conocía, bueno él y la mosca champiñón koala pingüino oso y medio humano. Y repasaba en voz alta –de las de trueno – las instrucciones para no equivocarse, para aprender mejor. En aquel tanque en forma de helado de vainilla con chocolate ponía las flores marchitas – las del encanto especial deprimente – con los pedazos de puerta café que había sido previamente rasguñada, pateada, lijada, mordida y hasta tocada, y que habían sido herméticamente guardados en una ziploc nueva. Los revolvía con el cucharón de colores que cambia de color según la temperatura, y le ponía trozos de masmelos en forma de flor (de las que no están marchitas), y lloraba sin gran esfuerzo para poner la pizca de sal que se le había acabado en la cocina. El siguiente paso –gritaba- corazones de vivos abiertos, no importa su raza, su color o su piel mientras despellejaba antiguos amigos que habían ido de visita, mascotas que le habían querido a pesar de los malos tratos, y empleados fieles por los que la madre de nuestro héroe, aún preguntaba.

Un embudo gigante depositaba todo en el disco duro de un computador de tres por tres metros cuadrados de la nueva reglamentación mundial, mientras el servidor intentaba poner orden al sangrientodulcesaladoloroso revuelto. Nuestro ídolo se sentaba ahora en la silla que rechinaba y había bajado la mosca transformer para poder estar cómodo mientras programaba en un lenguaje que solo dos personas en el mundo conocían y era útil en especial en casos de emergencia emocional. Programaba con rapidez y sudor en su frente, de vez en cuando una lágrima de cocodrilo caía desde el ya muerto Amazonas en su nariz fría, y de vez en cuando salía sangre de sus dedos al compilar. Los errores le exasperaban y le ponían una cicatriz más en su ancha y deforme sien; los dedos volaban sobre el teclado, arrastrando miel y mugre de la comida de días pasados de desesperación. Corrección tras corrección, links, ventanas, matrices, declaraciones… ¡Un programa que funcione!

Una vez los pies en la sucia e inteligible antigua tierra, el cabeza dorada sentía inútil el caminar hacia un destino al que lo llevaba su propia voluntad, o la falta de ella. La puerta que se veía a lo lejos, como un punto sucio en la tierra que lo llamaba, pero él no quería ir; era arrastrado por la fuerza de sus pies, que resbalaban en la tierra árida e infeliz que un día sus padres habrían pisado. Se detuvo un momento la gran fuerza hipnótica que lo conducía hacia la puerta para comprar una oblea clásica y un raspado de los que ya no vendían en las aguas del planeta de versión mejorada 3.465, ni los habían desde la versión 2.0. Había que disfrutar los rincones del mundo, donde todavía la actualidad no los había conducido a la rapidez de las acuamotos y la ropa interior electrónica que no hace corto con el contacto del agua, ni siquiera en contaminación.

El frío del sótano rodeado de agua congelada, le hacía tomarse su helado con más rapidez, para calentar un poco el interior de su ser y que los dedos pudieran seguir escribiendo, mientras al oído muchos espíritus desconocidos, le susurraban funciones nuevas, comandos a inventar, constantes que acumular. Sus ojos lo rodeaban todo, la gran pantalla expelía colores intensos que entraban por los poros del superhombre en cuestión llenándole el cerebro de ideas que solo podían salir. El servidor que le hacía un masaje en los rígidos pies, ponía su grano de arena para que el gran programador pudiera concentrarse en su arduo trabajo, que tal vez un día, salvaría a todo hombre del sufrimiento inexplicable, de aquella enfermedad insertada en los genes y que hace que el hombre de generación en generación, gaste latidos inútilmente, en lugar de administrarlos bien para poder vivir un poco más. Todo ser humano gastaría solo los latidos necesarios, los que guiaran por la expedición de la parte de su vida sensible y falta de lógica, sin sufrir ni llorar, con lo que necesita cuando lo necesita y ni una dosis más, ni una dosis menos; surgían preguntas sin aparente respuesta, ¿cómo calcular la dosis perfecta? ¿Cómo hacer que no se quiera más, si él mismo solo quería más de lo que no tenía y cuando tuviera desearía más? ¿Cómo después de triunfar con ese experimento, volver a vivir modestamente y seguiría pensando en otras cosas para cambiar un mundo que seria para aquel entonces casi perfecto? Había ahora que montar una máquina gigante con su respectivo circuito… Magia, belleza, desmitificación sin par, se respiraba conocimiento y locura en el cuarto aquel. La electrónica unía sus fuerzas con el amor, la electricidad se doblaba con los masmelos y la mecánica bailaba al ritmo de Gali Galeano en su tinte más romántico y doloroso. La tecnología al servicio del amor forzado que abriría esa puerta de par en par. Había que vestirse para la ocasión y limpiar la basura de las conexiones, pero no sin antes… - ¡SEÑOR!- gritó el pingüino desconociendo la concentración de su amo – No ha puesto usted una subrutina para un escape de emergencia, como dice en todo manual del buen constructor. El galán que se ponía colonia trasnochada por tanto días a la espera del final del proyecto, se enojó con su humilde servido arrepintiéndose de haber dejado por fuera del revuelto aquel su corazón de esclavo entrometido. Con la desesperación de probar su proyecto con puerto paralelo al computador, obvió los consejos y decidió ahorrar tiempo que tal vez podría emplear en distracción y diversión. La paciencia no alcanzaba para los diez largos minutos que emplearía el programar una nueva subrutina, además de que el traje de gala que se quería poner, no podía esperar un segundo más.

Una vez comidas las chatarras callejeras, el efecto imán de la casa arrastraba al pobre infeliz como a un tornillo de hierro puro. Él seguía caminando con el torso hacia atrás, como quien no quiere la cosa, y ya viendo el punto café hecho un rectángulo ya podía hasta oler su madera corrompible. Quería tocar tan solo una vez, y no que la puerta se abriera con los mismos poderes mágicos que le llevaban a aquel aposento como yendo a un destino fatal. De repente, un jardín hermoso como la luna de Marte que se veía los miércoles, se le apareció al frente haciéndole recordar las historias románticascursismuylargas de su papá para conquistar a su mamá. Un impulso interior, un llamado de la naturaleza lo llevó a saltar la pequeña cerca color sartén y con el dolor de sus manos, cortar las rosas espinosas de mil colores que entregaría al abrir a puerta por la que no quería pasar.

Era la hora de la verdad, un pequeño control en su mano y otro en la mano de su fiel Koala, oprimidos al tiempo lograrían que por el inalámbrico del ordenador volaran las órdenes de abrir la puerta de par en par, para entrar a donde nunca había entrado y ahora se atrevería a entrar sin siquiera rasguñar. Los nervios de punta, la naturaleza de su vientre lleno de mariposas multicolores mordiendo el interior con furia, al grado de hacerle temblar con violencia, con una enfermedad heredada por el simple, complejo, natural y débil humano. Ahora, atravesaría la máquina y volvería para anotar en su bitácora las experiencias fantásticas de su fabuloso experimento, y en su diario, la historia de su primer amor.

Estando enfrente de la puerta, y esta no se abría, por primera vez tocaría y la emoción casi no le dejaba estirar el brazo. Con algo de dificultad y preocupación, se concentraba para accionar sus músculos cuando de repente un viento huracanado lo azotó transportándolo a un lugar extraño y nuevo para él, en un cuerpo insólito y bien vestido. La voz de un oso hormiguero le consolaba y preguntaba si se sentía bien. La nueva sensación se hacía fantástica y singular, tanto que la sonrisa de satisfacción por tocar la puerta no se comparaba con la impresión de libertad que lo abrazaba. Por miedo a que la ocasión furtiva terminara pronto, se desesperó, tomó una silla y empezó a romper todos los aparatos que aparecían a su alrededor. Destruyó hasta que escuchó la voz del pingüino, indicándole que no hacía falta destruir, porque no había una función de escape. A lo que el hermoso ejemplar de león, convertido en un triste ratón sonrió y terminó un jugo de lulo a medio vaso, para no despreciar.

Con un simple control en la mano y sin tocar, la puerta se abrió de par en par, con abrazos exagerados, besos desesperados y gritos desenfrenados, que le hicieron desear haber puesto una subrutina de escape en su nuevo programa con cambio de hardware.

martes, noviembre 07, 2006

Liza Escribe: Carta a la Rusia que ya fue

Mi muy apreciado Fedor Dostoievski: Te escribo desde una región que seguramente jamás habrás escuchado siquiera nombrar; lo importante es que te verás identificado con algunos de los temas que trataré. Te escribo porque aunque no me conoces, yo a ti sí, te conozco hasta donde puedo, hasta donde el 'idiota' que todos llevamos dentro por la sumisión nos lo permite. Te escribo porque el azar me permitió saber de ti. Pongo letras en este lugar con tu misma condición de un ingeriero sin convicción, de condición y decisión. Tus poderes de ser extraordinario, te permiten mezclar lo que todo el mundo pensaría que no se puede. Juntas lo que carece de arte -no de belleza - lleno de utilidades prácticas y modernizantes y por el otro lado algo hermoso, un mundo sin formas ni ciencia, eso que como diría un coterraneo mío, 'al fin y al cabo no sirve para nada'. Me sorprede tu capacidad de sentarte en un parque -como si el tiempo ingenieril no existiera - a observar y abstraer, mientras yo no podría dejar de recriminarme el preferir lo hermoso a lo práctico. Bueno, ya he de concentrarme en el motivo principal de esta carta, y es una pregunta concreta - o no tanto- un interrogante dolido que llena mi ser, que me pone irónica y me hace sentir impotente, la incapacidad de un ingeniero para ingeniar... Me asusta en sumo grado llegar a un punto tal en que no pueda ver más de lo que debo, para encerrarme en el cuadro lógico, que cierra el mundo capitalista y te hace olvidar de lo que realmente importa, pero te hace feliz. Me hubiera encantado tener dos minutos de tu agradable tiempo, ya agotado en esta tierra, y que pudieras ver la tristeza de un arte creado por la ciencia, donde lo bello es lo tradicional, donde el sentirnos como hormigas debiera interesarnos... sintiéndonos patéticos frente a granadillas y tomates gigantes. Y aún más triste, que las actividades colegiales llenas de trivialidad y apuro, donde la sucia pintura de motocicletas y el consumismo se vuelve atrayente, quedando el arte ahogado en una fuente pobre de monedas representando credibilidad, entre adornos navideños... Sus días de tonterías están contados, fueron 5, tristes, que se repetirán... pudiendo hacer de ellos un espectáculo colorido de libertad y conocimiento verdadero. Te dejo descansar, disculpa mis quejas.