domingo, septiembre 14, 2008

Liza escribe: El final del principito

Para aquellos que pensaron que el principito murió, nada me queda además de contarles que no tienen por qué estas tristes, yo lo he visto, y está bien, se escondió del mundo porque creció.
Desde la serpiente a los borrachos hicieron duelo por el desgonzado jovencito que una vez tendido en tierra y cuando fue consciente de que nadie más le veía, se levantó y corrió; viajó por lugares tenebrosos cuya tiniebla no le dejaba ver el sol. En un madero de desmayó y en el fondo escuchó risas y parloteos. Se preguntó cómo alguien podía vivir en semejante lugar y ser feliz al mismo tiempo, poco después lo descubrió y es aquí donde comienza mi historia.
Aquella flor, del planeta del principito, sufrió con la ausencia de su cuidador. Gritaba al universo pero nadie respondía a sus preguntas, cuanto humano visito las tierras, no quiso escuchar ni responder. Ella decidió hablar con su enemigo, el cordero, cada noche le contó historias de caballeros y de principes en torres, de gusanos gigantes y de lugares donde hombres trabajaban a diario y olvidaban sonreir; con todo este esfuerzo, se ganó la confianza de su enemigo y logró que desgastara la reja que le protegía y la pusiera con cuidado en una maceta. Después el buen corderito la cargó en su regazo y visitaron plantea por planeta, en busca del principito. Muchas veces vagó en jardines, confundiendo a su principito, pero convencida de que ninguno de ellos po´día si quiera igualarlo llegó a aquel planeta al que van los que han dejado de ser niños. Había escuchadop ya consejos, y habían infuncido en su corazón de clorofila, miedo a esas extrañas personas de corazón frío.
Un poco antes de entrar allí, y junto con su fiel amigo cordero, descolgaron una estrella y la pusieron sobre un madero viejo y de mal olor. La estrella fue ascendiendo y en ella unos ojos negros o cafés se fijaron, iluminándose y volviendo a la vida... Esta estrella en un sol se convirtió y aunque el principito ya creció, encontró la forma de seguir siendo un niño, de la mano (o mejor de la hoja) de la florecita a la que tanto amó.
Homenaje a ti, mi principito y a un quince más