miércoles, enero 13, 2010

El claro

En la vieja aldea de Murray, dos pequeños crecían juntos entre juegos y canciones, entre ayos y miradas de reojo.
Ella aprendía a ser una dama, una madre impecable, una esposa admirable; él aprendía a luchar contra dragones, a cazar bandidos en el bosque; en la clase de evitar las artes malignas tenían tendencia a coincidir, y ahí nacieron las primeras sonrisas. Después de echar fuera demonios y aprender a rezar en más de tres idiomas, salían los dos repitiendo trabalenguas y se sentaron en una pequeña rama que había olvidado crecer, en el claro del bosque, y en silencio, después de ya no tener que decir se observaban para recordarse tal y como estaban en aquel momento.
Los ojos de él se iban aclarando con cada encuentro, el sol que caía había que fuera más difícil continuar mirando con los mismos, y buscando un poco de oscuridad, o una luz diferente. Tomó su mochila y dejó parte de su alma en la gran ramita de siempre, en el pequeño árbol ansioso por crecer.
El cielo era de diferentes colores en otros lugares, el aire olía a colores, la gente vestía atuendos que vendían y compraban, todos pretendían ser otros pero resultaban siendo los mismos. Una vez el agua dejó de saber dulce, y el ácido reemplazó la sensación de los días frescos, la mochila igual de vacía que al principio, volvió a su lugar de origen, en búsqueda de la paz perdida en años de reflexión.
Un pequeño balde con agua del pozo fue su compañero a la hora de visitar el gran árbol, pero notó que el piso ya estaba humedo, entre salados y dulces los líquidos que le cubrían, le dibujaron el camino hacia la verdadera razón de volver, los recuerdos de sonrisas después de los días de recitales, las pupilas dilatadas con el sol de la tarde... Era ella, y ella sabía que era él, caminaron juntos y en silencio hasta aquel árbol, y se sentaron en las muy cuidadas raíces... Ya no importaba si era sol o luna lo que los alumbraba, el silencio los acompañaba por horas y días; ella seguía aprendiendo a ser la esposa de una generación de sumisos, y él reaprendía a cazar, o a ser alguna tarea que le diera apellido y un letrero para su choza.
Volvió a la escuela con los niños, pára recordar la forma en la que alguna vez le habló a ella, esta vez para decirle que ella representaba un gran problema para él, que su existencia le turbaba, que su ausencia le lastimaba... Y una vez listo para abrir su boca, en el claro donde siempre la esperaba, ella decidió hablar primero... Contarle que él era más que lo que había sido, que había algo en él que le llenaba el alma, que la emocionaba, y con ese respecto, ya había tomado una decisión; Nada qué hacer, eran el uno para el otro, ella lo confirmaba -pensaba él - y entonces, ella se acercó, dejó un beso quemándole la frente, y con su mochila salió al mundo como él lo había hecho. Era muy dura la tarea de cuidar del árbol, solo, ella iba a volver, el beso aún estaba en su frente confirmando su cercanía, pero la paciencia nunca había sido su compañera, por lo que retomó la mochila ya vacía de tanto esperar y salió a pisar las huellas rosadas de sus pasos. La suerte no era más que un comediante del peor gusto, sus piernas corrían, sus labios preguntaban, seguía indicaciones, el olor le confirmaba que ahí había estado, pero él siempre llegaba tarde al encuentro... El círculo de la vida lo devolvía de nuevo a la aldea, donde ya no estaba su choza, al claro donde el árbol marchito era cuna de serpientes, donde el sol quemaba la visión, donde su llanto trataba de hacer renacer el árbol... Ya entregado a la deseperación, la vio como muchas veces la había visto, corría ella hacía él para terminar con un final feliz, pero terminó en golpes, ella golpeaba su pecho con rabia, con desespero, todo ello para contarle que sí habia aprendido a ser la mejor esposa, la mejor madre, cabizbaja, sumisa... Todo, probablemente, debido al beso que le había negado en tantas noches de claro, donde las estrellas cantaron y él no escuchó

Locura, dolor, rabia, impotencia

Él estira sus brazos y se sacrifica enterrándose en el suelo, convirtiéndose en el árbol que estuvo en aquel mismo lugar años atrás, ella le premia con el primer y último beso antes de que él tome su destino. Ella marca en la excelente madera el te amo que nunca pronunciaron, y cierra sus ojos para siempre, sigue siendo sumisa, sigue criando una generación de futuros burgueses, artistas, renacientes, pero dentro de sus ojos está el claro, y está ella convertida en un árbol, con las raíces enredadas en Sus raíces... Es ese su final feliz, la historia del claro más hermoso, y el brillo del lugar testifica de lo que fue


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