martes, abril 25, 2006

Liza Escribe: Letras por goles

Uno de esos días habías salido a entrenar como todos los días de tiempo libre, llevabas los guayos de siempre; ya no tenían el mismo color, y algunas rayas estaban pintadas por el tiempo y el uso, pero le daban un atractivo peculiar. Te habías peinado con más esmero que gel, pero te devolviste a borrar con agua tu trabajo, para evitar las burlas de los del parque que atenderías ese sábado con olor de domingo. No dudaste en usar el mejor de los desodorantes, pero vacilaste al aplicarte colonia en el rostro, y de nuevo lo borraste con agua y algo del más económico de los jabones. Después de limpiar el balón con el trapo azul de la cocina empapado de agua y jabón en polvo disuelto, te pusiste crema en las manos y saliste tarde al partido que te esperaba hacía 15 minutos. En el camino pensabas que a tu amiga, esa, la vecina, le dedicarías uno de los goles, el primero; solo en caso de que no asistiera al partido, porque si asistía ya mejor lo utilizabas para dedicarle el gol a la niña con la que estudias, esa que te quita el sueño, pero a ella se lo quita otro, al que se lo quita otra... Llevabas en la maleta dos botellas de agua sacada directamente de la llave (porque Bogotá tiene el mejor acueducto...), estabas preparado para la sed, y para ahorrar el dinero e irte de farra con tus amigos, tal vez esa noche, tal vez otra. Te abuchearon por llegar tarde, y te sonrojaste un poco, pero sin prestar atención, te sacaste el pantalón y empezaste a estirar para calentar la mañana. Saltaste un poco y te concentrabas para no perder la idea de los goles que les meterías al equipo contrario, estarían de buenas ese día los que quedaran en tu equipo, tenías más energía que cualquiera... Menos mal no te habías puesto la colonia, te hubiera ido peor. Comenzaron el partido, y aunque no fue tu culpa, ni la de tu oponente, las dos piernas se cruzaron, estando en desventaja la tuya. El dolor te subia de las extremidades al rostro, tus ojos no soportaron la presión del rojo y brotaron lágrimas de tus ojos, y llegaron a bañar tus rodillas ya verdes por el pasto que te quería colorear. El dolor no te deja pensar y no entiendes para dónde van tus compañeros que corren de lado a lado, te suben a un auto que desconoces y el dolor te empaña los pensamientos. Luego de un agujazo en el brazo, y un respiro profundo, todo se vuelve más claro y te avisan que figuras de metal te compañarán por mucho tiempo y que ya no tendrás que preocuparte por peinarte o despeinarte, al menos en mucho tiempo. Te condenan a muchos días de cama y las visitas de caridad que tanto dices odiar y tanto te gustan. Siempre pensaste que la carcel sería buen lugar para empezar a leer, ahora recibes cartas, las rescribes y las respondes. Ahora lees libros y sacas otros, o al menos en fragmentos. Lees, lees, lees, y eso que leíste se lo vas a dedicar a tu compañera en casi todos los trabajos, a menos de que te visite ese día, porque si te visita, mejor se lo dedicas a la niña que te quita el sueño... ahora te llama mucho y no te deja dormir...

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