miércoles, noviembre 19, 2008

Liza escribe: un águila

El sol descansa sobre su cabeza desnuda, y es el brillo de sus ojos calentaba el mundo. Pequeño frente al mundo, insignificante para muchos volaba con potestad, chillaba de vez en cuando para ser escuchado por su propio eco y bebia de los cactus néctares poder. De las más altas cumbres no había descendido desde sus más tiernos años, ni siquiera para cazar sus presas. Una tarde donde el sol rojizo y encendido golpeaba las escasas aguas de desierto haciéndolas fuego, se escuchó un llanto agudo y casi mudo, delicado y apacible; un hermoso y dorado pez, encendido a mil colores por las rocas y la arena, gemía de dolor. Las escasas gotas desaparecían de su delicado vestido y el corazón pequeño parecía terminar de latir. El águila con un movimiento fuerte y despiadado de sus fuertes alas, abandonó su orgullo y viajo por el inclemente vapor para tomar delicadamente al pez y ponerlo entre rocas llenas de sus lágrimas y jugos de flores. Cuando el pequeño pez despertó, temió por su vida recordando que alguna vez aquel bravo animal le había elevado por los aires hasta dejarlo caer en un charco sucio y desolado. El águila recordaba el dolor de su pez, lamentaba su pasado y cada día decoró la pequeña pecera con sus más hermosas plumas, la llenó de sus lágrimas y buscó las flores del desierto, todo ello sin mucho éxito. Tomó a su hermoso pez y con el voló por los terrenos que no conocía hasta encontrar un abundante arrollo donde le abandonó. En la orilla dejó un pedazo de su corazón, la más preciada de sus plumas y una flor a diario por si el pez regresa, pero utiliza sus alas para conocer lo que está más allá de su desierto. Con mucho cariño WC

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