viernes, febrero 03, 2012

Liza escribe: El de tus sueños

Una vez más regresaba de los sueños, y ahí estaba, sola. La impotencia la hizo llorar, lo había perdido una vez más. Todo había iniciado cuando ella había salidos a hurtadillas del trabajo para comprar alguna cosa que le hiciera pasar el mal sabor de boca de un día desesperante, luego el ascensor se había detenido en seco con violencia y se habían dado cuenta de que estaban encerrados. Todo empezó cuando él desesperadamente oprimía a repetición el botón con la campanita, y al ver que no había respuesta, dio un par de pasos y se desabotonó un poco más la camisa. Ella se sintió desfallecer, el encierro la aterraba, las paredes ya empezaban a estrecharse hasta que él la tomó suavemente de las manos y mirándola a los ojos le prometía que todo iba a estar bien, que todo iba a estar bien
- Trabajamos juntos, verdad?
- En la misma empresa, creo – respondió ella con el color en las mejillas subiendo, pensando que había sido muy ruda su respuesta y tratando de seguir respirando con todo y encierro
- Bueno, ok, en la misma empresa – responde él con una sonrisa – Cuéntame más de lo que haces, y por qué te disgusta tanto, a ver si las razones son las mismas – dijo volviendo a sonreír pícaramente, asomando apenas su dentadura.
La conversación pasó de un lado a otro, por libros, películas de las malas, de las buenas, de las cursis, y a ella le costaba demasiado hablar; sentía un nudo en la garganta cada vez que trataba de pronunciar una palabra. Se veía tan seguro de si mismo, tan interesante que temía que una sola frase pudiera terminar con el encanto. Hablaba de sus viajes y de su maleta siempre preparada para emprender una nueva aventura, de cuanta gente había conocido, de los idiomas que había aprendido, y cada frase la disfrazaba con un manto de modestia que lo hacía aún más atractivo – si eso era posible -. Quería rogarle ahí, en ese preciso instante, que la llevara con ella, que jamás permitiera que el destino los llevara por paisajes distintos. No sabían si alguien les había escuchado pedir auxilio, los celulares gracias a Faraday no daban muestras de vida, pero al parecer ya no importaba.
- Bueno, fueron los 10 minutos más agradables del día, aun cuando estábamos encerrados – dijo él acercándose peligroso a reclamar un beso en la mejilla
- Seguro – respondió sin poder atar la palabra a una oración completa, mientras la ponían a salvo fuera del ascensor.
Él arrancó su carrera por el edificio escaleras arriba, mientras a ella le preguntaban si se encontraba bien. Temblaba y sudaba frío, la experiencia que acababa de tener, superaba todas las que había podido vivir antes. Que tonta había sido, lo había dejado ir sin decirle nada, solo le había contado experiencias tontas y sin sentido, y al terminar y ver su cara desconcertada, inventaba una o dos acciones más para que él no perdiera el interés, pero él lo sabía, los dos compartían el secreto con su sonrisa callada; enseguida notaba su incomodidad y continuaba con una historia que la hacía viajar en el aroma que se encerraba en el ascensor, el olor de su colonia revuelta con el olor que el mismo producía. En su sueño había vuelto a los dos metros cuadrados, a las luces, al encierro, y a él. En esta ocasión ella le decía todo lo que pensaba, y todo parecía ser perfecto, él se interesaba y la escuchaba mientras la acariciaba, mientras se acercaba a su cuello para percibirla por cada sentido… Ella seguía hablando mientras él asentía y se aproximaba más y más a los labios, sentía el roce de su barba, su nariz pasando con dificultad del cuello al rostro y de pronto, el despertador, ese sucio animal de pilas le arrebataba el sueño, y ni cerrando los ojos volvía. La frustración la elevaba a niveles de histeria. Gritaba y se revolcaba en sus sábanas. No podía ser en la realidad, pues era muy tímida para eso, y no podía ser en la fantasía porque se lo arrebataban. No quería despertar, no debía despertar.
Una mañana más, y la sonrisa de despertar con el sol en la cara y muy a lo lejos, casi invisible, la torre Eiffel.
- vousavezrêvé?
Ella negaba con la cabeza mientras besaba el sueño latino, al ojos azules, metro noventa, abdominales de chocolate y que hablaba en francés. Mientras lo abrazaba para terminar el saludo mañanero, apretaba sus labios reprimiendo la sonrisa que quería escaparse. Deseaba soñar en español para que este hombre no se fuera a molestar por los recuerdos que seguían repitiendo noche tras noche. Es que pasara lo que pasara Paris no era Paris, el agua cayendo del cielo en aquella hermosa ciudad no era absolutamente nada sin él, no quería Paris sin él. Ahora lo tenía todo, lo que había soñado, estudiaba las pinturas con la pasión y la atención que había querido desde niña, vivía del día, de retratos en la calle, de canciones en los parques para los enamorados, pero no lo tenía a él. Sus suaves manos ya no la acompañaban y envolvían la suya mientras caminaban de compras. Cada noche se repetía el mismo sueño, esta última noche en la que habían recorrido calles y esquinas, parques y lugares. En los que el aguacero los cubría y él tomaba como excusa el amor que corre por el aire y la cargaba tomándola de la cintura, la besaba con pasión mientras la recargaba contra cualquier escultura. Sus manos subían y bajaban por su cuerpo, y se olvidaban de los pocos reproches que encontraban en los ojos de los espectadores. Todo se había muerto en esa noche en la que él no volvió a mirar atrás después de tomar las maletas. Ella no había encontrado un lugar para él, y él no podía llevarla, no encontró un lugar en el mundo donde pudieran vivir los dos. Ahora ella estaba sola con el hombre que toda mujer querría, sola sin él, con sus recuerdos, con sus sueños, que ojalá siempre fueran en español. Pocas cartas llegaron después de aquel adiós, y poco a poco, la pasión se desmoronó, y ella ya nunca pudo responder la correspondencia con algo más que un corazón mudo a distancias y a visas eternas.
- Te odio!- gritaba con fuerzas -
- Cálmate mujer, tu me pediste que te despertara
- Era como si, tuviera otra oportunidad, lárgate!
Los sueños no se detenían, no la dejaban dormir una sola noche, no podía olvidar. Siempre a lo mismo, a su voz entrecortada por el teléfono, a los silencios fríos, a las pruebas, a la indiferencia. Esa noche no había sido igual, la conversación se había comenzado igual que siempre. Ella lo sabía, sabía en qué iba a terminar todo, pero por alguna razón no podía cambiar nada, no le salían los perdóname, no pronunciaba los te amo, él no escuchaba su confesión. Otra noche en la que él la dejaba, en la que ella no podía hacer nada. Si, había sido la distancia, el humano sucio que todos llevamos por dentro, la pasión que estaba dentro y se desgaja en bofetadas para el ser amado. Sí, lo había hecho, se había dejado llevar por impulsos vanos, donde solo habían recompensas furtivas, y luego la sucia mentira que se chorreaba. Esa noche había sido diferente, él la escuchaba y entendía, sabía que podía arreglarse. La esperaba con flores, pétalos, velas y música suave, poemas volando por la habitación. Lo sentía de nuevo a su lado, esa noche que había terminado con la mano fría de su empleada tocándole la cintura. Esa noche, terminaba con la horrenda mañana sin él.
De nuevo en Venecia y en la barca se daban encuentro, ya tenía ella tiempo esperándole. Él cantaba canciones al oído y ella suspiraba de amor por él. Una sorpresa les esperaba en cada puerto, unas veces era obra de él, otras de ella. En una esquina un árbol frondoso de mangos tiraba frutos en sus manos, y ella sonreía saboreando, contándole de cuánto le gustaba su jugo, de cómo quisiera ir a tomar uno con él, cuando despertaran, de cómo quisiera despertar con él. En la otra esquina una fuente de chocolates y frutas les esperaba, y ellos se lanzaban el uno al otro trozos de moras. En la siguiente esquina una banda de jazz y blues los acompañaba.
- Dance with me – repetía él emocionado, mientras ella se tropezaba contra sus propias piernas tratando de seguirlo.
No era posible que aún en sueños, no pudiera dar un paso seguido de otro; no era justo que su cabello ni en sueños fuera perfecto, el mismo mechón en la cara él lo tenía que remediar una y otra vez, porque ella no tenía nunca su ganchito, el que tenía cuando estaba despierta. Aun con las molestias de un sueño imperfecto, eran el uno para el otro. No se decían nada de la verdad, no querían saber si el otro era real, o era producto de la construcción de un cerebro malintencionado. Ella había leído demasiado sobre Venecia, y tal vez su cerebro solo reproducía el sueño que ella había planeado, pero él, de dónde lo construía, de dónde con sus ojos grandes y claros, de dónde podría crear imagen más perfecta, sonrisa más atractiva. Se acercaba por el cielo soleado una sombra, una voz aguda que al parecer solo ella podía escuchar.
- Qué pasa?
- Voy a despertar, lo sé, pero mañana te esperare donde siempre, con una sorpresa, como siempre. Que sea una cita
- Que sea un encuentro. Solo prométeme despertar con una sonrisa, un testigo de que soy real y de que algún día te voy a encontrar, o tu a mi.
- Es mejor que no, es mejor que…
- Qué es mejor mamá – preguntaba la voz aguda de un pequeño chico
- Son más de las 6 y aún no has puesto desayuno en la mesa, mis hermanos no se han bañando y andan jugando por todo el piso de abajo, desordenándolo todo Ella se levanta resignada, y dibuja una sonrisa cómplice para recordar que pase lo que pase, esa noche dormirá, los chicos irán a la cama a las nueve, y ella podrá volver a esperarlo, como siempre en la barca.
Una lágrima seca se había derramado por su mejilla y al tocarla recordó su viaje a Paris tantos años atrás; el sufrimiento que había causado la separación de dos mundos, pero ahora, ahora a concentrarse en lo mejor, antes de olvidarla cuando el ensueño se esfumara, quería pintarla, escribirla, cantarla, esta vez no quería olvidarla. Un sueño más y él de nuevo estaba en donde todo comenzó. Había sido una noche agitada, no podía recordar todo lo que había soñado pero se sentía aún más exhausto aún de lo que había estado antes de dormir; ya no recordaba por qué a su encuentro siempre llegaba tan tarde. Aún tenía en su mente el rostro de aquella mujer, de su sonrisa y de su total incapacidad para seguir un ritmo, el que fuera. Al levantarse de su cama, las piernas le temblaban, seguramente iba a enfermar. Se miraba al espejo y los ojos se veían con más brillo de lo usual, un posible riesgo viral o un recuerdo escondido; no quería olvidarla, no quería olvidar sus ojos. Era mejor empezar la rutina diaria y esperar a ver cómo acababa el día, y si tendría que acudir a medicina barata o a remedios caseros; no iba a ser tan grave como para esperar horas para ver a un doctor. Bañado, con algo de desayuno para el camino, salía a la calle como cada día, un poco tarde y un poco melancólico. Sus botas, con las que había escalado tantas montañas, ahora pisaban un asfalto aburrido y cruel; el sonido de los pitos le desesperaba, pero seguía insistiendo en caminar, en no olvidar su rostro. Cuando de repente sucedió lo inevitable, de su mente salió la mujer, era ella, no había duda. La misma mujer con la que apenas un par de horas atrás había bailado, o lo había intentado; era la misma de ojos vidriosos que le tiraba fruta en la cara. Detenida en una esquina y bastante desarreglada, sostenía de su mano a tres pequeños inquietos que desesperaban, gritaban y exigían. Sus miradas se cruzaron, y el tan deseado encuentro se había dado en el tiempo y el lugar equivocados. Los carros pasaban con rapidez sin espacio entre uno y otro y a veces la perdía de vista. Él trató de cruzar la calle para hablarle para encontrarla y para bailar con ella. Quería saber si ella lo miraba por la misma razón que él a ella; pero ella notó su intención de cruzar la calle y como pudo halo a sus hijos hacia la otra esquina y le observaba con terror, como escapando de una pesadilla. Ella no quería ser vista en esas condiciones, que viera la vida que llevaba despierta. Las doradas sandalias y el pequeño vestido negro que la acompañaba siempre en la baraca ya no estaba. En esta realidad no existían, tendría que volver a dormir para soñarla.

No hay comentarios.: