sábado, enero 28, 2006

Liza escribe: hoja por hoja de generaciones

El abuelo, ya desde hacía tiempos remotos, andaba en la onda de sentarse todas las tardes en su mecedora a leer el periódico hoja por hoja, aún sin importar si no le interesaba 'x' o 'y' cosa, ya era costumbre y se obligaba a sí mismo a leer todo, aún sin interés. Desde mucho menos que tiempos remotos, el nieto se había dedicado a ver cómo su abuelo leía el periódico, hoja por hoja, aún cuando no le interesaban muchos de los artículos; lo veía leer sin convicción y haciendo la misma cara que hacía el nieto al tomarse la sopa verde de espinacas y zanahoria, engullía los últimos pedacitos del papel que al final del día le cambiaba el color de los dedos. -Oiga abuelo. -Diga mijo- responde el abuelo algo enojado por la interrupción -. -¿Por qué lee el periódico completo, hoja por hoja, aun cuando no le gusta lo que lee? -¡No sea bruto chino!, ¡no parece familia mía!. pues para aprender más. -Pero abuelo... Con algo de impaciencia, el abuelo dobla el periódico del que ya quería retomar la lectura. -Diga chino. -¿Y cuando uno aprende lo que no le gusta, si aprehende? El abuelo se encuentra en la disyuntiva de ver "qué es más elevado para el espíritu", decir al verdad y encontrarse ante el lío de buscarla y cambiar la rutina impuesta desde los años de jubilación, o guardar el orgullo y la superioridad delante de un mocoso. -No pregunte pendejadas. - Osea que no - murmura el pequeño - - ¿Qué fue lo que masculló por allá? - Que si me presta una hojita para leer. El abuelo, para evitarse otra de la discusiones con el niño, decide tomar con delicadeza la primera hoja y separarla de las demás para entregársela. Cambiaba años de costumbre, de no prestar partes del periódico sin antes haberlo leído hoja por hoja, aún las que no le interesaban, hasta terminar el periódico. El niño se acuesta en el sucio suelo, y empieza a leer los titulares, sin sentir mucho interés por ninguno. Ve a su abuelo sentado en la mecedora y trata de poner la misma cara de tortura mientras lee lo que no le interesa - que es casi todo - pasa por cultura, educación, horóscopo, guerras, religión, pobres, economía, caricaturas y hasta todas y cada una de las ofertas de los clasificados, pensando en qué haría las mujeres que aseguraban estar calientes... -Pobres mujeres, deberían ir a un médico, con esa fiebre nadie las va a contratar, qué tal sea una enfermedad contagiosa o algo así-. El pequeño termina el periódico, sin sentir que sabe un poco más del mundo, a decir verdad, la mitad del tiempo estuvo pensando en qué estarían dando en la tele en ese momento. Su abuelo aún no termina de leer, y ya a la luz de una vela, y dentro de la casa, en su mecedora, se siente humillado por la rapidez del pequeño. El niño espera a que su abuelo termine y se acuesta a dormir, con dudas, inquietudes y el sentimiento de haber desperdiciado un día detrivial televisión por leer pendejadas. Un nuevo día viene con su respectivo sol, y el abuelo comienza el día con el periódico que acaban de dejarle en el buzon de pato, y una a gua de panela recién preparada por la abuela. Comienza a leer hoja por hoja, aún las que no tiene ninguna importancia para él, aún la de inglés que no entiende, porque es importante terminar el periódico y no dejar de aprender nada, aún cuando uno quiera saltarse los pedazos... ¿O será que cuando uno lee sin interés no aprende? El nieto se levanta un poco más tarde que sus abuelos, bueno, mucho más tarde que sus abuelos. Cumple con la promesa del anterior año nuevo, de cepillarse los dientes y lavarse la cara antes de ir a desayunar desesperadamente, no sin antes abrazar a la abuela y oler el delicioso olor de chocolate con naranja y pan recién hecho. Voltea a ver a su abuelo en la mecedora leer el periódico, página por página, en orden, queriéndose saltar más pedazos, pero sin hacerlo... auqnue mientras lee mira de reojo a los vecinos que andan comprando cosas cada rato... Deben ser narcos. El nieto no se resigna a perder un día má s de juego, pero como por esos lado no conoce a nadie, decide dedicar sus 45 minutos de baño con agua tibia en la tina de lavar la ropa a pensar en qué hacer ese día, como última opción estaba la de pegarse al televisor todo el día, pero esa sería una medida desesperada; el día anterior la había pasado mal leyendo la realidad del mundo, la actualidad y la fursilerías que escribían una cantidad de babosos. A los dos lados de la mecedora de la mecedora del abuelo, hay ganchos metidos en la pared, y aún con cemento poco decorativo por los lados. El niño cuelga una hamaca, y le hace gestos al abuelo para que se corra un poco y ninguno de los dos salga incomodado. Con los guantes que su padre usaba en los días de ciclista, se mete entre el antigüo cuarto de la sobrina de una amiga de la abuela, que se quedó ahí un tiempo y cuando se fue se le olvidó volver por la biblioteca; busca algo y no sabe qué entre todos lo libros, hasta que encuentra uno, el de título menos ridículo, lo desempolva, y se lamenta por la mente empolvada de la antigua dueña de los tesoros de papel. Se asegura en las pastas que no vaya a tratar de algo de lo que trata el periódico de su abuelo, y una vez superadas todas las espectativas. Corre a la hamaca y se mece un rato, se levanta luego, busca entre las cosas de la sobrina de la amiga de la abuela, un separador de hojas que le ayude a su nuevo hobbie, y encuentra uno casi nuevo aunque viejo, con notas de amor; el niño se queda abrumado pensando en el empolvado corazón de la mujer que abandonó el separador, pero se olvida pronto y vuelve a la hamaca a balancearse otro rato, hasta que se decide a abrir el libro y empezar a leerlo, las hojas que no le importan o no le gustan las pasa sin piedad, en el orden que se le antoja, aunque aparentemente no tengan sentidso las palabras, y en un cuaderno de hojas amarillas, de su padre tal vez, escribe lo que le gustaría cambiar, y escribe la novela otra vez, si es necesario y cuando crezaca se va a dedicar a buscar a los escritores para ayudarles a cambiar los libros, y a recoger los ejemplares que no estén actualizados. -Ola miijo - le dice el abuelo-. -Pere, pere que termine esta página... Dígame -Mire que los vecinos se compraron otra vaina, o es pesada o es delicada porque la andan cargando como de a siete. -Es como un televisor, abue. -Pobre gente. -Quienes abue? -Ellos, mijo, ellos. -aaaa

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